He parado a comer algo en la carretera por que hace hoy un mediodía de bochorno, de esos furiosos. La furgoneta, pese a tener aire acondicionado, se mueve por esta carretera serpenteante a donde voy con mis cajitas de vino mallorquín. Calculo que me paso de tres a cuatro horas de reparto haciendo kilómetros por esta mi isla. Cada día, un circuito. Me cruzo a veces con gente que. como yo, también van haciendo ruta y repartiendo lo suyo. Cuando al fin llego a mi destino, un agroturismo o un pequeño hotel alejado de las carreteras transitadas, me dan ganas de quedarme un rato. Esta tarde debo, sin embargo, continuar. Lo peor es la vuelta a casa, con la furgo vacía. Me llevo generalmente muy buenas conversaciones con clientes y proveedores y asombrosas variaciones de tesitura sobre el estado de nuestra vida, de nuestro trabajo y del ambiente que se respira. Este viaje de vuelta, generalmente solo, me permite comprobar que en la soledad del trabajo ya hecho (he terminado ya de repartir lo que había pendiente) me queda siempre el regusto amargo de si pudiera haberlo hecho mejor, o haber contactado con otro posible nuevo cliente de la zona, o haber vendido más. Y al llegar a casa, no paro. Telefonos, faxes, correos electrónicos, quedar con gente, actos más o menos oficiales, mirar los números del banco, ver asuntos pendientes...Esta es la vida de un distribuidor de vinos. Y quien diga lo contrario, miente.
1 comentario:
Cuando hagas el viaje de vuelta, después de una dura jornada, y hagas un alto en el camino para bucear en tus pensamientos más íntimos, y dudes en si la jornada podía haber sido mas provechosa, en ese momento, precisamente en ese, planteate enseñar de una puta vez las fotos, fotos, fotos.
Publicar un comentario