Me voy al Mercado de Santa Catalina de Palma para comprobar como los niveles de restaurantes de la zona no ha cesado. Si cierra o se va uno, meses después el mismo local es ocupado por otro restaurante que varía su oferta, pero no su dedicación al tema gastronómico.
Pero si algo reside en mi el interés de mi búsqueda de clientes reside en el eje circular que genera el Mercado. Un punto central que aglutina en sus calles adyacentes a numerosos establecimientos, algunos ya con solera, otros recientes y de oferta gastronómica de lo más variopinta.
Si tengo que dar mi opinión sobre los restauradores de la zona, he de decir que todos me reciben con cara de preocupación. Los números no les salen a muchos y a la hora de cambiar o comprar o adquirir referencias se lo piensan muy mucho. Esos son los buenos. Los que no se lo piensan y te hacen un pedido de los de dios es cristo, mucho cuidado con ellos que no te piensan pagar.
La vuelta por Santa Catalina suele acabar en dos puestos del mercado que aprecio mucho. El primero suele ser el bar del interior, un punto gastronómico de referencia mundial, a tenor de lo que nos dicen los grandes chefs (Véase el artículo de El País de hace unos años). Otro es la pequeña pero estupenda vinoteca y delicatesse que está haciendo esquina justo en la entrada de Poniente. Se llama Sa Roteta, y no me suelen comprar nada, pero me gusta mucho el buen hacer y la presencia del vino que tiene expuesto y la puesta de largo de las botellas y como lo tiene todo montado en un espacio tan pequeño. Una joya.
Bueno. Y el pescado fresco de Ca n' Antònia , que me pierde. Como estoy trabajando la zona, y no he vendido ni un mechero, sigo.
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